viernes, 14 de junio de 2013

LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO


LA OVEJA PERDIDA


LA PARÁBLA DEL SEMBRADOR


LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

EL BAUTISMO Y LOS MILAGROS DE JESÚS

EL BAUTISMO DE JESÚS

Personajes:

Dios Padre, Dios Hijo, Espíritu Santo y san Juan Bautista.

Razones por la que se bautizó:

a. Juan El bautista lo presentará, como el Mesías prometido e Hijo de Dios a Israel.

b. Para demostrar obediencia al Padre y darnos ejemplo.

Exigencias del bautismo:

a. Renunciar al pecado.

b. Construir un mundo mejro teniendo como base el amor y el servicio a los demás.

c. Romper con el pasado, con la mentalidad y con las actitudes egoístas.

Importancia:

a. Recibe otra comunicación del Espíritu Santo para ser profeta.

b. Es ungido para proclamar el reino de Dios.

c. Su compromiso con la humanidad, no tendrá descanso.

d. Con el bautizo se inicia la vida pública.

Hechos importantes:

1. La oposición de Juan
2. La petición de Jesús a Juan para cumplir lo encomendado por Dios Padre.
3. El bautismo de Jesús en el río Jordán.
4. La exclamación del Padre "Tu eres mi Hijo, el amado tu eres el elegido" 
5. La búsqueda de Jesús a Juan para solicitar el bautismo. 

LOS MILAGROS DE JESÚS

Los  evangelios nos presentan los milagros de Jesús como señales que nos anuncian que con Jesús ha llegado el reino de Dios.

Jesús corrobora ante  la pobreza y el sufrimiento de quienes encuentra en su camino y realiza una actividad eficaz y extraordinaria a favor de los más necesitados.
 
MILAGRO:

Es una intervención extraordinaria de Dios. Es una acción divina por encima de las fuerzas del orden natural. Milagro, hecho que trasciende en apariencia los poderes humanos y las leyes de la naturaleza, y se presenta como el reflejo de una intervención divina especial o de fuerzas sobrenaturales. 

LOS MILAGROS, SIGNOS DEL PODER DE DIOS

La función de los milagros de Jesús es suscitar en los hombres la fe en ÉL.

Los milagros realizados por Jesucristo:
 

Son signos ciertos de su divinidad, acomodados a la inteligencia de todos los hombres. 

Prueban su divinidad, por cuanto todo lo que Él hizo supera todo el poder de la criatura y, por consiguiente, solo puede ser realizado  por el poder divino.

Son signos de que Jesús posee el mismo poder de Dios, por tanto, son una invitación a reconocer en Jesús al enviado del Padre, el Mesías prometido.

Es un signo para creer en Jesús y en su misión, nos lleva automáticamente a la fe de hecho, es decir realizando obras por amor a Dios

Manifiestan poder, sobre la naturaleza, sobre la enfermedad, sobre la muerte y sobre los demonios.



Jesús no hizo milagros para alardear de su poder o para maravillar a la gente. Los milagros deben ser considerados a la luz de su actividad salvadora; es decir, son signos que hacen presente el reino de Dios.

Jesús hizo muchos milagros para hacer el bien a los que necesitaban  y le pedían ser curados, es decir  los milagros de Jesús acreditan su mensaje sobre el reino de Dios.

LOS MILAGROS DE JESÚS ACOMPAÑAN A LA PREDICACIÓN DEL REINO


Dios confirmó el mensaje de Jesús con poderosos signos y milagros.


Jesús:

  • Cura a endemoniados. 
  • Domina la naturaleza. Transforma el agua en vino, realiza la pesca milagrosa, camina sobre el lago, calma la tempestad, seca una higuera, multiplica los panes.
  • Devuelve la vida a los muertos. Resucita al hijo de una viuda, a la hija de  Jairo, a su amigo Lázaro. 

  • Cura a enfermos. Sana a la suegra de Pedro, a los leprosos, a un paralítico, a varios ciegos, a un sordomudo, a un epiléptico.


Jesús obra estos prodigios como signos que manifiestan su divinidad y como confirmación de que el reino de Dios ha venido con  Él al mundo.



“Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed por las obras”


Los milagros de Jesús eran tan patentes que con frecuencia, dicen los evangelios, los humanos se “quedaban asombrados, y daban gloría a Dios, diciendo llenos de temor: hoy hemos visto cosas admirables”.

Esos milagros y su poder sobre los demonios son también pruebas de la llegada del reino de Dios al mundo.


Por eso se afirma que los milagros son signos extraordinarios y eficaces. Ciertamente liberan, curan la enfermedad, salvan al hombre, dan la vida. En definitiva, son signos que el dominio del mal ha llegado a su fin y que la salvación ha comenzado en Jesucristo.


Con su dinámica de asombro, ponían  a quienes los presenciaban encamino de un descubrimiento espiritual relacionado con la persona y la misión  del Salvador. 


Jesús, por ejemplo, multiplicaba los panes en el desierto y ello equivale a  proclamar:”Yo soy el pan  vivo bajado del cielo; quien coma de él, vivirá eternamente” (Jn.6, 51). 


Jesús abría los oídos a los sordos y ello era como si anunciara: “Yo soy la verdad: quien es de Dios escucha mi voz”(Jn.14,6;18,37). Jesús devolvía  la vista a los ciegos y esto era   como decirles de palabra: “Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no anda en tinieblas”. (Jn.8, 12).  Jesús resucitaba a los muertos y era  un acción equivalente a su declaración inaudita: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá para siempre.”(Jn.11, 25.)


Las personas favorecidas por los milagros  de Jesús no captarían de primer momento el sentido espiritual de los mismos, ocupados como estaban en devorar sus panes después de tres días de desierto, o no repuestos aún de su estupor ante los tullidos que echaban a andar o los muertos que volvían a la vida.


Una reflexión más profunda sobre el misterio de Cristo pone en claro que, por encima de esos acontecimientos circunstanciales, emergía un anuncio de salvación que perdura entre los hombres.


La persona y la misión de Cristo irrumpen desde el trasfondo de cuanto ocurrió hace veinte siglos a la vista de pocas personas en alguna aldea perdida del Oriente, para ganar una  escena perenne y universal en la historia. Desde entonces, su presencia salvadora sigue inquietando y transformando el ser y el acontecer de los hombres. Y ello, hasta tanto quede un sordo, un tullido, un hambriento, un perjudicado, un alienado, un muerto de cuerpo o de alma, en el mundo.
  
 

LA FE

LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS: LA FE
LA FE ES FIARSE DE DIOS


El ser humano responde a la Revelación de Dios con la obediencia de la fe. Ya hemos visto que el principal modelo de esta respuesta generosa en el Antiguo Testamento fue Abraham, que obedeció a Dios y se fió de ÉL en aquellas circunstancias tan difíciles. Por la fe Abraham obedeció y salió así el lugar que había de recibir en herencia y lo hizo sin saber adónde iba (Heb. 11, 8). Por eso la Biblia llama a Abraham padre de todos los creyentes (Rom. 4, 16 – 17).



Pero el modelo más perfecto de fe es la Santísima Virgen, pues le respondió generosamente a la propuesta de Dios para enviar a su Hijo al mundo con estas palabras que indican le entrega más absoluta: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc.1. 38).

También son modelos de fe para nosotros los santos que, a lo largo de la historia de la iglesia, han sabido confiar en Dios en circunstancias muchas veces difíciles.


Sin embargo, el ser humano solo no puede “Creer”; necesita la ayuda de Dios, que Él nunca deja de prestar a quien le busca con un corazón recto y sincero. Por eso la fe es un don que Dios concede, mediante su gracia, al hombre que está dispuesto a fiarse de Él y a cumplir su voluntad.

Pero la fe no es ciega, pues en el acto de fe cada persona pone en ejercicio el entendimiento y la voluntad. Así lo enseña el catecismo de la iglesia; “la fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela, confiando plenamente en Él y dando pleno asentimiento a las verdades por Él revelados”

En resumen, la fe es “creer lo que no vemos”, basados en la autoridad de Dios y asentir a lo que  Él nos revelado, pues ni engañarse ni engañarnos.


LA FE EN JESUCRISTO


La religión revelada por Dios a Abraham, a Isaac, a Jacob y a toda el pueblo de Israel tiene su momento cumbre con la venida de Jesús al mundo. Él es el Mesías anunciado por los profetas,  por eso, en el bautismo de Jesús, el Padre eterno dice: Este es mi hijo amado, en quien tengo mis complacencias (Mt 3, 13- 17)


Y San Juan nos escribe: tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que el mundo sea salvado por que ÉL (Jn 3, 16). Y cierra su evangelio diciendo: Esto se ha escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis Vida en su nombre  (Jn 20, 31).

Después del Bautismo de Jesús, algunos discípulos de Juan el Bautista comenzaron a seguirle. Poco después se celebró una boda de caná de Galilea y asistió Jesús con su madre y algunos de sus discípulos. Allí según narra San Juan, Jesús realizo su primer “signo “, y manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él  (Jn 2, 11).


Jesús hiso grandes milagros” para manifestar que era el Mesías que habían anunciado los profetas del Antiguo testamento y para anunciar que el reino de Dios había llegado al mundo.


Cada persona respondió de manera diferente a la predicación de Jesús:

   Unas creyeron en Él, aceptaron sus palabras y cambiaron de vida, como resultado, se llenaron de alegría y de felicidad (los Apóstoles, María Magdalena, Zaqueo, sus discípulos, etc.

   Otras, prefirieron seguir como hasta entonces, como el joven rico o como los fariseos y judíos que le habían rechazado.



Ahora cada cristiano sigue recibiendo la llamada de Jesucristo a creer en Él y seguirle. La recibe por vez primera en su bautismo, pero luego, a lo largo de su vida, la sigue recibiendo por el anuncio del Evangelio y por el ejemplo de los verdaderos cristianos, que siguen dando testimonio de que Jesucristo es el Señor, el Hijo de Dios verdadero. La fe cristiana consiste en creer en un solo Dios en tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo.